El Escarabajo Sagrado


He querido comenzar este blog con una de las narraciones entomológicas más maravillosa escrita por el entomólogo frances Jean Henri Fabre, el más modesto y encantador maestro de todos los tiempos, a quien se le conoce como el poeta de los insectos.
Me alegra poder compartir este escrito, por que creo que no se encuentra en la web (lo busque y no lo encontre) y espero que al igual que yo, muchos se enamoren de la entomología gracias a el.


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Las cosas sucedieron así. Eramos cinco o seis: yo, el más viejo, el maestro, o mejor aún, el compañero y el amigo; ellos, jóvenes de corazón ardiente y fogosa imaginación, desbordante de esa savia primaveral de la vida que nos hace tan expansivos y tan deseosos de conocer.
Platicando sobre diversos temas, por un sendero bordeado de arbustos y espinos en el que ya la "Cetonia dorada" se embriagaba de amargos olores sobre los corimbos abiertos, íbamos a ver si el "Escarabajo Sagrado" había hecho su aparición en el terreno arenoso de Angles, echando a rodar su bola de estiércol, imagen del mundo para el antiguo Egipto; íbamos a ver si las saltarinas aguas, al pie de la colina, acogían, bajo su tapiz de lentejuelas acuáticas, a los tritones, cuyas branquias parecen pequeñas ramas de coral; si la espinocha, el elegante pecesillo de los arroyuelos, se había puesto su corbata de fiesta, azul y púrpura; si la golondrina, ya de regreso, rozaba con su ala aguda la pradera, cazando las típulas que siembran sus huevos danzando; si, sobre el umbral de una cueva cavada en el asperón, el lagarto de piel manchada mostraba al sol su lomo constelado de pintas azules; si la gaviota, venida del mar persiguiendo a las legiones de peces que remontan el Ródano para desovar en sus aguas, se cernía en bandadas sobre el río, lanzando a intervalos su grito semejante a la carcajada de un loco; si...
Pero detengámonos ya. Para abreviar diremos que, gentes sencillas e ingenuas, experimentando el vivo placer de acrcarnos a los animales, íbamos a pasar una mañana con ellos, asistiendo a la fiesta inefable del despertar de la vida a la primavera.

Los acontecimientos respondieron a nuestras esperanzas. la espinocha había compuesto su tocado; sus escamas hacían palidecer el brillo de la plata, y su garganta estaba pintada del más vivo bermellón. A la proximidad del aulastomo, gruesa sanguijuela negra, mal intencionada, sus aguijones, como impelidos por un resorte, se erizan bruscamente sobre el dorso y sobre los flancos. Ante su resuelta actitud, el bandido se deja deslizar vergonzosamente entre las hierbas. La tribu apacible de los moluscos, planorbes fisas, limneas, respiraba el aire en la superficie de las aguas. El hidrófilo y su horrible larva, piratas de los mares, a veces él, a veces ella, pasaban torciendo el cuello. El estúpido rebaño no parecía darse cuenta.
Pero dejemos las aguas de la llanura y trepemos la escarpa que nos separa de la meseta. En lo alto, los carneros pacen y los caballos se ejercitan para las carreras próximas, distribuyendo todos el maná a los regocijados escarabajos peloteros.
He aquí, en plana tarea, los coleópteros barrenderos a quienes les ha sido otorgada la alta misión de limpiar el suelo de inmundicias. No se cansaba uno de admirar la variedad de herramientas de que están provistos, sea para remover la materia estercórea, despedazarla y trabajarla, sea para cavar profundas cuevas en las que deben encerrarse con su botín. Su herramental es como un museo tecnológico en el que todos los instrumentos de excavación están representados. Hay allí piezas que parecen copiadas a la industria humana, y otras de tipo tan original que podrían servirnos de modelo para nuevas combinaciones.
El “Cóprido español” lleva sobre la frente un vigoroso cuerno puntiagudo, doblado hacia atrás, parecido a un largo pico. El “Cóprido lunar” tiene, además, dos fuertes puntas talladas a la manera de rejas de arado que le salen del tórax y, entre ellas, una protuberancia filosa que hace el oficio de ancho raspador. El “Búbalo” y el “Bisonte”, ambos confinados en las orillas del mediterráneo, tienen la frente armada de dos fuertes cuernos divergentes entre los cuales emerge una reja horizontal sostenida por el coselete. El “Minotauro tifeo” lleva sobre la parte anterior del tórax tres puntas paralelas y dirigidas hacia adelante, las dos laterales más largas que la del centro. El “Ontófago toro” tiene por herramientas dos piezas largas y combadas que recuerdan los cuernos de un toro. El “Ontófago ahorquillado” lleva, a su vez, una horquilla bifurcada, que cae verticalmente sobre su cabeza aplanada. El menos favorecido está dotado, unas veces sobre la cabeza, otras sobre el coselete, de tubérculos duros, herramientas embotadas que la paciencia del insecto sabe siempre a utilizar a la perfección.
Todos están armados de pala, es decir, todos tiene la cabeza ancha, plana, y de borde cortante; todos hacen uso del rastrillo, o sea que recogen con sus dentadas patas anteriores.

Para compensar la inmunda tarea que realizan, más de uno exhala el fuerte olor del almizcle y su vientre brilla con el reflejo de los metales bruñidos. El “Geotrupo hipócrita” ostenta sobre el dorso el brillo del cobre y del oro; el “Geotrupo estercolero” tiene el vientre de color violeta amatista, aunque en general su coloración es negra.
Los peloteros, tan espléndidamente vestidos que se dirían verdaderas joyas vivientes, pertenecen a las regiones tropicales. Bajo la boñiga del camello el alto Egipto nos presentaría al escarabajo que rivaliza con el verde reluciente de la esmeralda; la Guayana, el Brasil y el Senegal, nos mostrarían al Cóprido de un rojo metálico, tan brillante como el del cobre, tan vivo como el del rubí. Si bien carecemos de estas joyas de los estercoleros, los peloteros de nuestro país no son menos notables por sus costumbres.

¡Qué celo alrededor de una misma boñiga! los aventureros que acuden a los más lejanos lugares del mundo, nunca pusieron tal fervor en la explotación de un placer californiano.
Antes de que apriete el sol, allí se los encuentra a centenares, chicos y grandes, todos revueltos, de todas las especies, de todas las formas, de todos los tamaños, apresurándose por arrancar un pedazo del pastel común. Los hay que trabajan al aire libre y raen la superficie; otros abren galerías en el espesor mismo de la masa buscando filones más escogidos; otros explotan la capa inferior, para enterrar inmediatamente su botín en el suelo subyacente; y algunos, los más pequeños, desmenuzan aparte un trozo desprendido de las grandes excavaciones de los colaboradores más fuertes. Unos cuantos, los recién llegados y los más hambrientos sin duda, hacen su comida allí mismo, pero la mayoría trata de establecer un depósito que les permita pasar largos días de abundancia, en el fondo de un escondrijo seguro.



continua pronto. muy pronto!!!

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegra que alguien no olvide lo que he compartido.-

Lo dejo de ejemplo a mis estudiantes.

Felicitaciones

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